Un ‘hipercivilizado’ que se convierte en ‘salvaje feliz’ dos veces por semana para ver los partidos de Boca Juniors, ese es Martín Caparrós. Este hombre de 55 años que por su bigote, se asemeja más a un pintor que a un periodista, es uno de los más importantes referentes de la prensa de Argentina. Así lo señalan los galardones que ha obtenido, entre ellos el Premio de Periodismo Rey de España, el Premio Planeta y el Premio Herralde.
Periodismo taurino, cultural, gastronómico, político; prensa escrita, radio, televisión, digital. Caparrós ha estado en todos, pero en el periodismo deportivo, tiene su especialidad: el fútbol. “Es uno de los más grandes fenómenos culturales de la época, que mueve millones de personas, muchísimo dinero, recursos, esfuerzos y energía”, declara.
El escritor y cronista porteño trabaja hace cuatro meses para Olé, el único diario deportivo en Argentina, donde intenta resolver la confusa relación que ha mantenido con esa área del periodismo desde 1974. “De vez en cuando aprovecho que hay incautos entre los editores de los medios para escribir de deportes”.
265 millones de personas en el mundo de todo género y edad juegan al fútbol en cualquier categoría, según la FIFA. ¿Cuál es el factor que ha convertido al fútbol en un fenómeno de masas?
Hay varias razones para que el fútbol tenga el lugar que tiene. Primero, las reglas son muy fáciles de entender comparadas con las de otros deportes. Segundo, es sencillo de practicar: cuatro chicos en una calle con una bola de papel pueden jugar al fútbol. Y tercero y lo más importante, tiene un gol. Todos los demás deportes suelen hacer anotaciones periódicas y regulares; en cambio, en el fútbol es absolutamente anormal y sorprendente. Es una actividad en la que fracasan todo el tiempo, entonces cuando por fin se anota, ocurre una explosión maravillosa. Ese momento es lo que hace que el fútbol sea distinto y ocupe este lugar extraordinario.
El fútbol se ha transformado con el paso de los años, ¿ha llegado a ser una industria?
Se vende a sí mismo con mucho éxito y comercializa infinidad de productos. La televisión ha cambiado totalmente el negocio del fútbol, cada vez más personas lo ven en todos los lugares del mundo. Pronto, los partidos se van a jugar en canchas vacías con croma en las tribunas y una animación virtual de hinchas.
Incluso, se ha producido un fenómeno triste: la concentración de los grandes jugadores en muy pocos equipos como Manchester, Real Madrid, Barcelona, Vayer, etcétera. Estas empresas de fútbol tienen grandes cantidades de dinero y un gran poderío económico. Por tanto, se llevan a todos los buenos jugadores, como en el caso ‘patético’ de Argentina, que se ha transformado en una fábrica de futbolistas para consumo externo. Todos los chicos que empiezan en el fútbol, sólo quieren irse a jugar afuera, lo tienen implantado en la cabeza desde que tienen ocho años.
Entre estos cambios que han surgido en el fútbol, usted menciona al “fútbol foca”, ¿de qué se trata?
Es un efecto de la televisión. Su esencia es mostrar a alguien haciendo malabarismos con la pelota, como las focas del circo. Con esto se desvirtúa la idea de lo colectivo y de lo que es importante: dar bien un pase, integrarse en un equipo, cumplir con los mecanismos tácticos. Cristiano Ronaldo, es un ejemplo, es un tipo que no saluda con sus compañeros y siempre hace cosas curiosas, que pueden servir para vender unas zapatillas, una bebida o un coche. Así, se crean más héroes individuales y se olvida que el fútbol se juega de once.
El fútbol es un deporte, una habilidad, una profesión, es una palabra que tiene muchas definiciones, pero ¿qué significa para usted?
Suelo definirlo como mi espacio de salvajería feliz. Soy bastante racional, muy crítico, reflexiono sobre todo, pero un par de veces por semana consigo dedicarme durante dos horas con mucha intensidad a una estupidez. En realidad, el fútbol es eso: el hecho de que once muchachos corran detrás de un cuero inflado para pegarle patadas a ver si lo meten detrás de unos palos, es extremadamente estúpido. Sin embargo, eso me produce un apasionamiento extraño, me gusta entregarme a esa tontería porque me da mucho placer.
¿Por qué el fútbol?, es el título de una columna que publicó en el periódico virtual Olé, donde dice que la importancia del fútbol obedece a que tiene una meta: el gol. ¿Cuál es el gol que Caparrós quiere hacer en el periodismo deportivo?
Si tengo que pensar en un gol escribiendo sobre periodismo deportivo, es un libro que acaba de aparecer en México y Argentina. Recoge una correspondencia que tuvimos con el escritor mexicano Juan Villoro, durante el mundial 2010. Él estaba en México y yo estaba viajando por África, y cada día nos escribíamos una carta. Se recopiló todos esos mensajes sobre el fútbol, sobre el mundial, sobre los lugares que visitábamos para hacer esta obra que se llama “Ida y vuelta”. Es un libro raro, crea un contraste curioso. Es hablar de fútbol en ese tono un poco antiguo, decimonónico que supone la correspondencia.
El ser hincha de Boca Juniors, ¿interfiere de alguna manera en su criterio sobre otros equipos?
Absolutamente. Llevo más de cuarenta años viendo fútbol y me doy cuenta de que se ver fútbol mal. Se ver a Boca como poca gente, hago buenos análisis de cómo juega, pero no se ver al equipo contrario. Me interesa poco. Nunca termino de entender bien al contrincante. Finalmente, yo no soy un buen analista de fútbol.
¿Qué es primero: ser hincha o periodista deportivo?
Yo soy hincha y estoy en contra de esos periodistas deportivos que niegan su condición de hinchas. Siempre aclaro que soy orgulloso de Boca y desde ahí escribo. Esa es mi manera, aunque la mayoría hace lo contrario.
Por cierto, ¿de qué se trata su libro “Boquita”?
Boquita se publicó en el 2005, por el centenario de Boca Juniors. En el libro narro la historia del club, cuento cómo se forma un hincha, cuáles son las actitudes de un fanático e intento explicar esta cosa rara que nos pasa a tantos de apasionarnos por esa tontería.
¿Esa pasión también surge cuando habla de la selección argentina?
Los argentinos hemos perdido el entusiasmo por la selección. Por un lado, porque lleva muchos años jugando mal y por otro, porque hay cierta baja de patriotismo o nacionalismo. Recuerdo cuando Alemania eliminó a Argentina en el mundial 2006, era un momento triste y mi hijo se levantó y dijo: “Bueno, yo soy de Boca. A mí no me importa esto”. Así es el sentimiento que muchos tienen ahora frente a la selección. Sí, nos gusta, nos interesa, nos entretiene con los partidos, pero ya no existe ese seguimiento incondicional de años atrás.
¿Cuáles son los recursos y habilidades que usa para escribir una crónica deportiva o una columna de opinión?
No tengo, solo pienso un poco, pero me resulta simpático comentar partidos. La adrenalina de escribir durante el partido, de ir armando la crónica arriesgándose a que no sirva para nada porque un gol de último minuto cambió todo, de terminar la nota 15 minutos después, son las cosas que necesariamente un periodista deportivo tiene que hacer. Es difícil comentar o escribir crónicas de fútbol porque siempre es lo mismo. Son once de un lado, once del otro, meten un gol, uno se equivoca. Sin embargo, hay gente que escribe eso todos los domingos y consigue hacer que vuelvas a leerlo domingo tras domingo. Eso me parece admirable.
Sus publicaciones han generado buenos y malos comentarios y en una diálogo usted afirma que no es querido por sus coterráneos, ¿cómo enfrentar el rechazo de los lectores?
El rechazo tiene que ver más con mis opiniones políticas, aunque últimamente tuve una andanada de ataques de los hinchas de Estudiantes que me llenaron de tuits diciéndome cosas horribles. Me gustaría sentirme orgulloso porque si se enojan significa que estoy diciendo algo que vale la pena. Pero en realidad no me gusta que se molesten. A uno le gusta que lo quieran. Sin embargo, sigo escribiendo lo que creo que tengo que escribir. Pese a todo, hay otra gente que me quiere: mi mamá o alguien habrá. Por eso escribo.
Datos:
- Nació en Buenos Aires el 29 de mayo 1957.
- Escribe columnas de opinión para diario El País de España.
- Obtuvo una licenciatura en Historia en la Sorbona de París.